viernes, 31 de enero de 2014

VIAJE A LOS ALPES

Viendo caer copos de nieve por la ventana y sin posibilidad de hacer nada más, me he motivado para escribir sobre el viaje de este verano a los Alpes con mi hermana Inés, así me distraigo del frío y pienso en épocas más cálidas y parajes alucinantes. Debe ser curioso verlos ahora en comparación con este verano.
Ya el verano pasado surgió la idea de ir a Chamonix, situado a los pies del mismísimo Mont Blanc y centro neurálgico de uno de los valles más famosos de Europa, a ver a una amiga de mi hermana, pero por diferentes circunstancias no pudo ser (y yo que ya me había empollado todas las rutas posibles para hacer con la bici). Por suerte para nosotros, este año la amiga repetiría otra vez en Chamonix, y cómo no, no podíamos dejar pasar la oportunidad. Así que, después de cuadrar nuestras fiestas, pusimos rumbo a los Alpes franco-italo-suizos la primera semana de septiembre.
Decidimos salir mi primer día de fiesta larga para aprovechar al máximo. Eso quiere decir, trabajar por la noche hasta las 6 de la mañana y del tirón 980 km. O esa era la idea, pero entre unas cosas y otras salíamos, por fin, a las 10 de la mañana de Aínsa. Por suerte llevamos a una amiga en el viaje de ida y se repartieron todo el trayecto con mi hermana. Yo, por mi parte, me dediqué a vegetar sin poder dormir en el asiento de atrás, o lo que quedaba de él a causa de la gran cantidad de equipaje. Así que, después de 29 horas sin dormir, de noche y sin ver la majestuosidad del Mont Blanc, llegamos a Les Houches, situado a 5 km de Chamonix y nuestro destino real, donde nos saldría a recibir con una sonrisa Ona, la hija de Marta y David, quienes nos acogerían en su confortable garaje, y me refiero a confortable de verdad.
 
Aunque no lo parezca, ahí van dos bicis
 
A modo de información comentaré que la ruta a seguir fue recomendada por distintas personas que la han realizado varias veces, descartando el resto de alternativas. El recorrido fue: Naval, Bielsa, Arreau, Lannemezan, Toulouse, Narbonne, Montpelier, Orange, Valence, Chambery, Annecy, Cluses, Les Houches, Chamonix. La mayoría del viaje se realiza por autopista, que son caras pero necesarias. Nosotros nos gastamos unos 70 € por trayecto, pero ir todo el rato por carreteras secundarias es inviable, ya que la mayoría de los pueblos están muy dispersos y apenas pasas de los 50 km/h. A parte, claro está, de la comodidad y seguridad. En total fueron unas 11 horas de viaje y unos 70 € de gasoil + 70 € de peajes.
Al día siguiente, nada más despertarnos y con las legañas en los ojos, no pudimos aguantar más y salimos con mi hermana afuera para ver el Mont Blanc. Y efectivamente, ahí estaba. Aún sin ser la mejor vista porque estábamos en Les Houches, se imponía por encima del resto de montañas con su nieve perenne, y para mí, la montaña más alta que había visto en mi vida.
El primer día, como los alpinistas, fue de aclimatación. Después de la paliza del día anterior la mejor opción era conocer Chamonix para podernos desenvolver posteriormente por allí. Una vez más, Marta, nos hizo un gran favor mostrándonos todo aquello y diciéndonos dónde estaban los sitios y las cosas: aparcamientos, bares, supermercados, telecabinas, trenes cremallera, etc. Después de reconocer todo el pueblo y como había que habituarse a los nuevos horarios, comimos con hora y al aire libre para poder ir al lago Passy a bañarnos. Eso y que no podíamos dejar escapar el sol. El lago de Passy (564 m) está situado a unos 18 km al Oeste de Chamonix (1035 m), justo antes del comienzo de la subida de acceso al valle de Chamonix. Es un lago grande que dispone de arena en sus orillas y una gran zona verde a su alrededor para disfrute de la gente, todo muy bien arreglado y siempre con el imponente macizo del Mont Blanc al fondo. Con esta estampa sólo quedaba disfrutar con la chavalería, Ona y su hermano pequeño Bastian, del baño en el lago. Lo cierto es que a mí, esas pocas brazadas en el agua fresca me arreglaron el agarrotamiento de la espalda y la pesadez a causa del viaje, una maravilla. Y terminado el baño ya poco más se podía hacer ese día, por lo que fuimos a coger algo de cenar antes de que cerraran (no hay que olvidar que estábamos en Francia) y a descansar con horario infantil, aunque para hacer justicia hay que decir que los mayores estábamos más cansados que los pequeños. 

Llegada de la Ultra trail del Mont Blanc

Lago Passy
 
Para el segundo día ya no valía la excusa de estar cansado y planeamos una excursión en bicicleta. Los Alpes se pueden disfrutar de infinidad de maneras, para mí la bici es la principal pero no tanto para mi hermana. Como montañera que es, le gusta más el contacto con la alta montaña y sus actividades: foquear, travesías, escalada... Pero en este viaje se tuvo que "conformar" con la bicicleta como parte de la rehabilitación de su rodilla a causa de una rotura de ligamentos, ¡y qué mejor rehabilitación que meterse semejantes puertos entre pecho y espalda!
Durante el desayuno yo estaba emocionado, no todos los días tienes la tarea de elegir entre esos puertos tan impresionantes. Como mi idea de hacerlos todos era imposible, pedimos opinión a Marta y David, que nos aconsejaron uno de los muchos puertos asequibles que hay, el col des Aravis. Así que después de un buen desayuno cogimos el coche y pusimos rumbo a Flumet, donde comenzaba el puerto y nuestra andadura alpina. Qué emoción, por fin iba a realizar uno de mis sueños: pedalear por los Alpes. La idea estaba clara, disfrutar, no tenía ningún sentido forzar ni ir solos, así que fuimos en todo momento los dos juntos, admirando los paisajes y gozando con las subidas, esto último sobre todo yo. Este puerto comienza poco a poco con lo que pudimos calentar bien antes de la parte más dura de la subida. Desde Flumet son 8'5 km y 647 m de ascensión, llegando a los 1498 m. Sus rampas no son excesivamente duras, aunque atravesando el pueblo de La Giettaz el porcentaje llega a los dos dígitos. En definitiva, una subida muy agradable que serpentea en su ascensión en busca del collado. Por supuesto, muy al estilo francés, arriba había una tienda de recuerdos y una cafetería. El desgaste no había sido mucho y el precio iba a ser abusivo, pero el día y la situación invitaban a disfrutar de un café con leche. Una vez descansados volvimos por donde habíamos subido en busca del coche y como aún había ganas decidimos hacer otro puerto más, el col de la Colombière por la vertiente de le Grand Bornand, donde acabó el Tour este año con victoria de Rui Costa. Éste es un puerto más serio que el anterior. El calor en ese momento y las rampas exigentes unido a algunas rectas que dejaban ver, a lo lejos, donde está el final, desmoralizaban un poco, pero el col des Aravis nos había servido de calentamiento para el verdadero esfuerzo del día. Es impresionante cómo explotan en los Alpes la montaña para la práctica del esquí. Durante toda la ascensión se podían ver remontes en todos los prados con kilómetros y kilómetros de pistas, ¡pero si hasta las casas estaban en plena pista!. De esta manera encadenan montañas y montañas haciendo gigantescas estaciones de esquí. Esto nos distraía un poco del esfuerzo mientras pasaban los kilómetros. Mi hermana, poco acostumbrada a subir puertos y con una rodilla en rehabilitación, empezaba a cansarse un poco, pero no se le ocurriría en ningún momento de todos los días que salimos en bici pararse a descansar. Así, con un par, llegó a la sorpresa final, un último kilómetro durísimo, superándolo entre algún juramento y con éxito. Habíamos subido 690 m de desnivel en 12 km. Una vez más, en la cima, situada a 1613 m, había un bar y su correspondiente tienda de recuerdos.
Los datos de esta salida para mí son lo de menos, sólo cuenta el haber hecho estos dos bonitos puertos disfrutando como un enano. De todos modos hicimos 43'86 km en 3h 6' a 14 km/h subiendo 1493 m.
Y de nuevo, vuelta hacia atrás para coger el coche y volver por la otra vertiente hacia casa. También muy llamativa, con una parte final espectacular con curvas de herradura y un final al borde de un acantilado.
Ya por la tarde, una ducha reconfortante y descansar antes de cenar, si es que eso es posible con dos terremotos como son Ona y Bastian, desde luego que no tuvimos ni un minuto de aburrimiento. Aún nos dio tiempo de ver a Kilian Jornet corriendo por el parque de casa, ¡pero si parece normal!.

Rampas de la Giettaz
 

La cima del Col des Aravis


Parada para el café

Bajada del col des Aravis, había que llegar a la montaña del fondo
 
Subiendo la Colombiére se aprecia la cantidad de remontes que tiene 

¡Mi foto de portada!

Paisaje típicamente alpino

Inés dándolo todo en el col de la Colombière

Bajada por la otra vertiente de la Colombière


Comienzo precioso del descenso de la Colombière

Bajando hacia Scionizier
Porque no sólo íbamos a dar pedales, el tercer día lo reservamos para hacer turismo. Había muchas cosas que ver, así que nos sacamos un bono multipase para un día y poder verlo todo, aunque tuviéramos que correr un poco. Lo primero que hay que resaltar es que si quieres te puedes mover gratis por el valle. En los distintos alojamientos te dan el pase para el autobús urbano, pero nosotros cogimos el coche para no depender de horarios, eso y que somos españoles ¡qué se note!. Lo primero que hicimos y que más ganas teníamos de hacer fue subir a l’Aiguille du Midi, un complejo en una aguja de piedra situada a 3842 m de altitud en el mismísimo Mont Blanc, al que se accede en teleférico. Apenas un par de minutos de espera para sacarnos el multipase (54 €) nos parecieron un lujo sabiendo las horas de cola que había apenas una semana antes. Unos pocos minutos más para entrar en el teleférico y para arriba. A unos 45 km/h no tardamos muchos minutos en salvar los 2747 m de desnivel, haciendo patente la falta de oxígeno en mi pobre cabecita. Una vez más, estos franceses sí que saben, arriba estaba la tienda de regalos, la cafetería y el restaurante ¡en un risco a 3842 metros! Es impresionante la edificación que tienen ahí. Lo tuvieron bien claro desde el principio, si Mahoma no va a la montaña acercamos la montaña a los turistas. De esta manera, por un puñado de euros cualquiera puede acceder a un paraje tan bello como inhóspito. De hecho había decenas y decenas de personas arriba. Una vez sales a las terrazas te quedas completamente alucinado de lo que se ve. Para alguien como yo, acostumbrado a no salirse de la carretera cuando visita las montañas con la bicicleta, ver todo aquello supuso un gran impacto. La vista alcanzaba a ver montañas de Suiza y de Italia con el Cervino mirando de tú a tú al Mont Blanc, los aterradores desfiladeros, el glaciar des Bossons, les Grandes Jorasses, Chamonix justo debajo nuestro e infinidad de cosas más de las que mi hermana seguro que se acuerda más que yo. Una vez recorridas todas las galerías talladas en el granito de la montaña y hechas las fotos pertinentes, bajamos a Chamonix.


Segundo tramo del teleférico, sencillamente acojona

Chamonix visto desde Aiguille du Midi con la sombra del propio Mont Blanc

Vistas espectaculares, el Cervino al fondo del todo. ¿¡Y esa gente donde va!?

Por ahí andan Italia y Suiza

El glaciar des Bossons

Abajo un campamento base y arriba a la derecha la cima del Mont Blanc

Resto de la explanada del campamento base
 

¿Donde hay un escalador?

Comunicación de las galerías con la montaña, para darte una vuelta hasta los 4800m

Por fin las nubes nos dejan ver la cima, que saliera gente era inevitable

Lo dicho, demasiada gente. La cima espectacular 

Sobran la palabras
 
La siguiente parada del día era la sierra de Le Brévent, las montañas del otro lado que forman el valle y nos iban a dar la vista objetiva del Mont Blanc. De nuevo, no íbamos a sudar nada para subir. Un primer tramo de telecabinas más un segundo tramo de teleférico con una única tirada suspendida a lo largo 1350 metros nos dejó arriba en un santiamén salvando 1430 metros de desnivel. Desde esta perspectiva ves el Mont Blanc de frente e innumerables agujas gigantescas. Pero no sólo se sube aquí por las vistas. Desde este punto nacen multitud de rutas para caminar y escalar, además de un montón de pistas de esquí y zonas de despegue para parapentes. Otro montón de fotos y para abajo.


Otro teleférico que da miedo

Mi hermana y el Mont Blanc, mi hermana es la de negro

Posiblemente la foto más chula de todo el viaje

Sección de las telecabinas y teleférico que suben a le Brévent. Bonita pendiente la del 56%
 
De nuevo en tierra firme nos esperaba una actividad más en nuestro día de guiris por Chamonix, la ascensión a Montenvers-Mer de Glace con uno de los dos trenes cremallera que hay en Chamonix. La línea permanece como a principios de siglo pero con las evidentes mejoras. Es un viaje de 20 minutos por la ladera de la montaña en el que se superan 870 metros de desnivel en poco más de 5 kilómetros, esto hace que la pendiente oscile siempre entre el 11 y el 22%. El tren nos deja en la estación del Grand Hôtel de Montenvers a 1913 m de altitud. Una vez más tienda y bar arriba y, una vez más, unas vistas impresionantes. Este sitio está en el mismo corazón de la montaña y está rodeado de gigantescas moles de granito, una de ellas les Drus, famosos en el mundo de la escalada. Admiradas las vistas bajamos a ver el imponente glaciar Mar de Glace o Mar de Hielo, un lugar casi mágico en el que se ralentiza el tiempo, pero en el que se pueden ver en primera persona los efectos del calentamiento global. Como no podía ser de otra manera bajamos los primeros metros hacia el glaciar en telecabina, pero los últimos tuvieron que ser por los 398 peldaños añadidos. Ya en los peldaños vimos de qué se trataba la visita al glaciar. Todos los años, desde 1946, se excava una galería en el interior del propio glaciar, atrayendo a miles y miles de personas cada año desde entonces. La galería excavada, de recorrido circular, tiene que ser modificada cada año a causa del retroceso del glaciar y en ella hay una especie de exposición sobre la historia del glaciar y la glaciología. Terminada la visita cogimos aire para subir las 398 escaleras y poner rumbo a Chamonix. Es impresionante ver mediante fotos de la época cuánto ha retrocedido el glaciar, especialmente en los últimos 50 años. Antiguamente, la mayoría de los glaciares del Mont Blanc llegaban casi hasta el propio valle, incluido el pueblo de Chamonix. A día de hoy, retroceden decenas de metros cada año, viéndose claramente este retroceso en las paredes de la montaña. De hecho, en las escaleras que descienden hacia el glaciar había varios añadidos.
Al terminar el día fuimos a casa para dejar nuestro nidito en casa de Marta y David y buscarnos la vida por nuestra cuenta... a un camping a 5 minutos.


Abajo la marca dejada por el glaciar durante años, arriba les Drus

El glaciar. No se aprecia, pero por ahí abajo hay gente.

La telecabinas que bajan hacia el glaciar también impresionan.

400 escalones para acceder a la galería

El acceso, esto parece para guiris, la verdad

Dentro del glaciar


Ahora comparemos con las fotos de antes

Hasta la altura de ese cartel llegaba el glaciar en 1988
 
El cuarto día, después del pintoresco día anterior, tocaba de nuevo dar pedales sobre nuestras bicicletas. El puerto elegido para ese día fue el Col du Grand Saint Bernardo, un puerto bestial de 30 km que une Martigny (Suiza) y Aosta (Italia) y salva un desnivel de unos 1750 metros para llegar a los 2473 metros de altitud. Nos resultaba toda una incógnita cómo sería su ascensión, pues aunque habíamos echado un vistazo a sus cifras, ninguno de los dos nos habíamos enfrentado a una subida de esas características. Primero atravesamos en coche el puerto de la Forclaz, también muy bonito, sobre todo en su bajada hacia Martigny, en la que se puede ver la inmensidad del valle de Martigny desde lo alto. Una cosa curiosa que tiene esta vertiente es lo bien aprovechada que está su ladera, una gran cantidad de cepas en perfecta formación acompañan el descenso a ambos lados de la carretera. Dejamos el coche en Le Borgaud, un pueblecito al lado de Martigny, para evitar coches y problemas de aparcamiento. Empezábamos la ascensión desde el mismo fondo del valle, a 470 m. Sólo pensar en que había que llegar a los 2400 se nos ponían los pelos de punta. Por suerte la ascensión comienza con un inapreciable desnivel, perfecto para calentar e ir restando kilómetros a la subida, de hecho comenzamos un poco antes de poder considerarlo puerto. Ya en estos primeros kilómetros pudimos apreciar la excesiva cantidad de tráfico que había y lo macarras que son los conductores suizos, no pudimos circular en paralelo durante un buen rato. Las primeras rampas del 2-3% dejaron paso a otras que ya obligaban a ponerte de pie para subir cómodo y relajar la musculatura. La carretera seguía siendo ancha y con mucho tráfico. De momento los kilómetros pasaban sin dificultad aunque de vez en cuando sobrevenía alguna rampa más dura del 6-7%. Ya llevábamos un buen rato subiendo y aunque el cansancio no era mucho, el no haber ni un metro de descanso hacía que se nos cargaran las piernas. En estas estábamos cuando un cartel nos informó de la realidad, faltaban 20 km de ascensión y unos 1200 m de desnivel, ¡semejante a la vertiente de Sainte Marie de Campan del Tourmalet!, aún nos quedaba toda la subida. Era momento de parar a comer algo. A mi hermana se le empezaba a hacer larga la subida, pues no tiene tanta costumbre, el intenso tráfico y la ausencia de descanso tampoco ayudaba. Seguimos un tramo más, las rampas no eran duras pero ya se habían establecido en torno al 5-6% constante. Después de encadenar un par de curvas de herradura y de ganar un poco más de desnivel pasamos a otro tipo de valle. Por fin la carretera nos dio un descanso, se estrechó y se relajó la circulación, parecía un buen momento para estudiar la situación, por lo que decidimos parar en el siguiente pueblo, el pueblo de Liddes. En ese momento faltaban 17 km hasta arriba y 1100 metros de desnivel. Con estas expectativas mi hermana tomó la determinación de no pasarlo mal en la subida, con lo que prefirió bajar hasta el coche y volver a subir hasta encontrarme, después ya se vería. Una vez solo, empezaba una subida nueva para mí, un punto y aparte. El paisaje era más abrupto y bonito que al principio y la carretera más de alta montaña, la realidad es que hasta allí no había gastado demasiadas fuerzas y me encontraba con las energías suficientes para llegar hasta arriba entero salvo catástrofe. Durante el siguiente tramo las rampas se mantenían como anteriormente, pero ahora la carretera volaba sobre el valle, los huecos del quitamiedos dejaban ver perfectamente la cortada que había hasta los prados, y más abajo el barranco. Entonces, en lo más bonito, la carretera se metió en el típico paravalanchas seguido de un pequeño túnel. No habría pasado nada, es lo normal, a no ser que el paravalanchas continúe durante 5 km de la subida, impidiéndome ver gran parte del paisaje. Un poco mosqueado (leí sobre la existencia del túnel pero no de lo demás) continué subiendo y llegado a la altura de la presa del Lac des Toules el paravalachas se cerró por completo. Ahora sí que sí estaba en un puñetero agujero. Por suerte el tráfico ya no era molesto, pero cualquier vehículo que pasaba me ensordaba enormemente. Por fin, después de 5 apestosos kilómetros, llegué al desvío que separa el resto de la subida del nuevo túnel que hicieron para ahorrarse subir hasta la cumbre y pude salir de esa ratonera. Ése era un buen punto para esperar a mi hermana y reponer fuerzas. Enseguida llegó con el coche y para mi sorpresa decidió continuar con la bici. Aunque ya acariciábamos el final, todavía nos faltaba por superar lo más duro del puerto, 6'5 km y 549 m de desnivel. Ahora sí, la carretera estrecha serpenteaba entre barrancos y apenas tenía tráfico, el paisaje se había vuelto lunar y estábamos disfrutando de la subida, aunque una primera rampa al 10 % nos recordó que aún quedaba un muro por subir. En este punto y quedando poco para el final decidimos subir cada uno a nuestro ritmo, pues aquí las rampas del 5-6% eran las de descanso. Ciertamente fue el tramo más difícil, pero también el más bonito. En cada curva ascendías un montón de metros y en algunas revueltas veía a mi hermana sufriendo un poquito. Yo, por mi parte, terminé de darlo todo hasta arriba, me abrigué y bajé de nuevo para acompañar a mi hermana, que finalmente llegó, exhausta, pero llegó. Lo habíamos logrado, después de 38 km habíamos llegado a la cima. Nos hicimos las fotos de rigor y bajamos al coche. Esta fue mi “cima Coppi” de este año, nunca mejor dicho.
La vuelta a casa la hicimos por la vertiente italiana para comer-merienda-cenar en Courmayeur, famoso por sus pizzas, y cruzar el túnel del Mont Blanc (unos 45 € de peaje). Este lado de la subida era más espectacular, si cabe. El tramo final era más abierto y la sensación de caída mayor, incluso el último tramo está flanqueado por enormes riscos y justo antes de coronar, en la misma frontera, hay un pequeño lago. Además, apenas hay paravalanchas y el tramo inicial de Aosta es más bonito que el de Martigny.
Al final hicimos 48'63 km en 3 h 51' (sin contar paradas) a una media de 12'6 km/h y 1999 m ascendidos.

Despertar en la tienda de campaña y ver esto...

La ciudad de Martigny

El valle de Martigny desde la Forclaz


Cepas en la bajada de la Forclaz

Más cepas

Una de las curvas de la primera parte del Grand Saint Bernardo, aún suaves
 
A la izquierda la presa del lac des Toules. A la derecha la ratonera por donde subí

Desde la fotografía anterior el puerto cambiaba a esta bonita carretera. Por ahí esta Inés

Las rampas se endurecieron considerablemente, comparad esta curva de herradura con la de antes
 
Parte final del puerto espectacular
 

Mi "cima Coppi" de este año

La foto de rigor en el punto más alto

El lago justo antes de la cima, en la frontera entre Suiza e Italia. El pico del Cervino al fondo

La vertiente italiana habrá que subirla algún día

La recompensa a nuestros esfuerzos en Courmayeur
 
Para el quinto día nos calzamos las botas de caminar para descansar un poco de la proeza del día anterior. Por supuesto, teníamos a nuestra disposición infinidad de rutas a realizar, pero tampoco queríamos pasarnos y terminar cansados o con la rodilla de mi hermana maltrecha, por eso tratamos de escoger una ruta sencilla. Fuimos al punto de información donde nos atendieron amablemente y nos recomendaron la ruta de le Petit Balcon Sud, un paseo por la falda de le Brévent, en frente del Mont Blanc, y de donde se tiene una bonita panorámica de Chamonix y su valle así como del Mont Blanc. También existe la ruta de le Grand Balcon Nord que va por las faldas del Mont Blanc, pero ésta es la hermana mayor y, por lo tanto, de mucha más dureza. Por todas estas laderas hay multitud de senderos, así que cogimos uno que previsiblemente nos llevaría hasta la senda de le Petit Balcon. Como no podía ser de otra manera, empezamos a acumular desnivel rápidamente entre el bosque de coníferas, que con su belleza nos distraía. En varias ocasiones tuvimos que elegir en algún cruce que salía al paso sin que estuviera señalizada nuestra ruta, lo cierto es que nos daba un poco igual, ya que la idea era disfrutar del bonito paisaje y de la montaña, y eso se puede hacer en todas estas rutas. Seguimos subiendo, y llegamos a uno de los puntos más curiosos del valle, una pequeña ermita en plena montaña con una estatua de Cristo Rey de 25 metros de altura, la Statue du Christ Roi de Les Houches. Desde Les Houches o la autovía se puede apreciar esta descomunal estatua, que no sé que hace en medio del bosque. Tiene un aire tétrico que a los seguidores de la serie Perdidos seguro que les suena. A sus pies descansamos un poquito para seguir de nuevo hacia arriba. A estas alturas ya nos habíamos concienciado que aquí cualquier paseo significa subir y subir. El caso es que no llegamos a enlazar con la ruta prevista, pero ya que estábamos seguimos hacia arriba, porque cuanto más subíamos mejores eran las vistas de Chamonix, del Mont Blanc y de sus glaciares. Seguimos un rato más y paramos a comer. De nuevo insistimos otro rato más, hasta que ya nos cansamos de subir, y viendo que no íbamos a enlazar con nuestra ruta deseada,  nos dimos la vuelta para volver a Les Houches. En realidad, lo que iba a ser un paseo fueron varias horas con más de 700 metros de desnivel acumulado de una tacada, aquí ya se sabe a lo que se viene.
El resto del día ya estaba hecho, descansar y cenar a hora francesa.
No sé si fue exactamente este día cuando nos comimos para cenar unas pizzas riquísimas al aire libre. ¡Todo un lujo!.

Chamonix y el Mont Blan vistos desde el otro lado

Curiosa estatua

Las dendas muy bonitas, pero sin descanso

Los glaciares del Mont Blanc en retroceso. ¿Quién ve una instalación deportiva para esquiadores?

Nuestro camping en plena ebullición. Nosotros somos los del fondo

La famosa estatua, para mí, aterradora imagen
El sexto día ya era nuestro último día y última noche durmiendo al lado del Mont Blanc. Los pronósticos del comienzo de la semana se cumplieron y el tiempo empezó a empeorar. Nos cayó algún pequeño chaparrón, aunque dentro de la tienda de campaña parecía mayor. Por suerte, aunque no hizo muy buen día, pudimos hacer otra excursión de las nuestras en bicicleta. Esta vez el destino elegido fue el Col de Joux Plane. De nuevo nos centramos en hacer sólo la subida y la bajada, no era necesario machacarse y así podíamos subir juntos. Además era lo máximo que se podía planear con ese tiempo tan inestable. Este puerto, como todos los ascendidos durante el viaje, ha visto pasar al Tour de Francia en múltiples ocasiones. Pero quizás es en éste donde más cosas han ocurrido, como la caída de Perico y su rotura de clavícula o puede que el único desfallecimiento de Amstrong en el Tour. Entre chubascos nos plantamos en Samoëns, donde tienen otra mega estación de esquí y donde comienza la subida. En este pueblo nos dieron el peor "grand café olé" de toda la semana y a precio de oro, así que una vez purgados empezamos la subida con unas rampas suaves, de la cima nos separaban 14 kilómetros y unos 980 metros de desnivel. La carretera va cogiendo altura mientras atraviesa unos pueblecitos, pero no podemos ver el paisaje a causa de las nubes bajas. De repente una rampa en torno al 12% nos recuerda que nos queda mucho por subir. La subida es muy constante, en torno al 8-9%, y en la carretera se pueden apreciar las pintadas de una competición de coches, seguro que subieron más rápido que nosotros. Ascendemos entre prados y bosques, y en cada curva toca ponerse de pie para impulsar la bicicleta. De vez en cuando, las nubes se abren para dejarnos ver un poquito del paisaje, se intuye que en un buen día tiene que ser muy bonito. Sin apurar van pasando los kilómetros hasta que por fin llegamos a la cima, donde hay un lago con patos y un bar, por supuesto. Después de las obligadas fotos bajamos a por el coche para comer de nuevo en la cima. Mientras comíamos se puso a llover, así que en cuanto acabamos pusimos rumbo al camping, aún teníamos que recoger todo para salir muy pronto al día siguiente, qué pereza.
En el día de hoy hicimos 22'1 km en 1h 52' a 12'4 km/h de media y 1046 metros ascendidos.


Las curvas eran exigentes

Lástima que no hiciera buen día
 
Pero nuestras aventuras no se acabaron en el Joux Plane. Nuestra idea de cenar con hora y tranquilamente para dejarlo todo recogido se fue al traste cuando vimos que las lluvias caídas durante el día habían mojado parte de nuestras cosas. Además, se acercaba tormenta. Así que empezamos a cenar con la lluvia cayendo sobre la tienda y haciéndose de noche. Los truenos cada vez sonaban más cerca e impresionaban, a esa altitud las nubes no están tan lejos. Mientras tanto, seguimos cenando, hasta que un torrente de agua empezó a entrar en el porche de la tienda, ahora tocaba recoger todo en el centro deprisa y corriendo para que no se mojase completamente. Con la lluvia incesante nos fuimos a dormir, deseando que cuando nos levantáramos lloviese lo menos posible para recoger la tienda. Por suerte así fue, no quiero ni imaginar cómo habría quedado todo mojado y en un gurruño metido en el coche a presión.
El viaje de vuelta lo hicimos mucho más eficientemente. Yo para empezar lo afronté habiendo dormido. Esta vez nos levantamos a las 5 de la mañana y a las 5:30 ya estábamos en marcha desayunando por el camino. Mi hermana hizo cerca de tres horas, cambiamos y yo hice unas dos y media. De esta manera, ya estábamos casi en la mitad del trayecto y sin estar muy cansados. El resto del viaje transcurrió sin problemas y por poco no coincidimos con la Vuelta ciclista a España en Aínsa.
Y éste es el resumen de mi viaje a los Alpes, pasaron más cosas, pero todo no se puede contar. Es un lugar 100% recomendable, tanto si te gusta el deporte como si no. Con los telecabinas y teleféricos puedes llegar a parajes que parecen de otro lugar sin cansarte lo más mínimo y puedes hacer infinidad de excursiones tanto andando, como en bici, como en coche, para admirar las vistas espectaculares. Sólo me queda desear poder repetir y agradecerle a Marta, David, Ona y Bastian su hospitalidad.
Ahora a soñar con los Alpes...
 
 

4 comentarios:

  1. la cocinera. la masajista. la chofera15 de febrero de 2014, 8:41

    Muy emocionante. Sois geniales. Besazos.

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  2. ¡Excelente crónica y fotos chulísimas!

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  3. estoy planteandome algo parecido. Gracias por vuestra crónica.

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