Viendo caer copos de nieve por la ventana y sin posibilidad
de hacer nada más, me he motivado para escribir sobre el viaje de este verano a
los Alpes con mi hermana Inés, así me distraigo del frío y pienso en épocas más
cálidas y parajes alucinantes. Debe ser curioso verlos ahora en comparación con
este verano.
Ya el verano pasado surgió la idea de ir a Chamonix, situado
a los pies del mismísimo Mont Blanc y centro neurálgico de uno de los valles
más famosos de Europa, a ver a una amiga de mi hermana, pero por diferentes
circunstancias no pudo ser (y yo que ya me había empollado todas las rutas
posibles para hacer con la bici). Por suerte para nosotros, este año la amiga
repetiría otra vez en Chamonix, y cómo no, no podíamos dejar pasar la
oportunidad. Así que, después de cuadrar nuestras fiestas, pusimos rumbo a los
Alpes franco-italo-suizos la primera semana de septiembre.
Decidimos salir mi
primer día de fiesta larga para aprovechar al máximo. Eso quiere decir,
trabajar por la noche hasta las 6 de la mañana y del tirón 980 km. O esa era la
idea, pero entre unas cosas y otras salíamos, por fin, a las 10 de la mañana de
Aínsa. Por suerte llevamos a una amiga en el viaje de ida y se repartieron todo
el trayecto con mi hermana. Yo, por mi parte, me dediqué a vegetar sin poder
dormir en el asiento de atrás, o lo que quedaba de él a causa de la gran
cantidad de equipaje. Así que, después de 29 horas sin dormir, de noche y sin
ver la majestuosidad del Mont Blanc, llegamos a Les Houches, situado a 5 km de
Chamonix y nuestro destino real, donde nos saldría a recibir con una sonrisa
Ona, la hija de Marta y David, quienes nos acogerían en su confortable garaje,
y me refiero a confortable de verdad.
Aunque no lo parezca, ahí van dos bicis
A modo de información comentaré que la ruta a seguir fue
recomendada por distintas personas que la han realizado varias veces,
descartando el resto de alternativas. El recorrido fue: Naval, Bielsa, Arreau,
Lannemezan, Toulouse, Narbonne, Montpelier, Orange, Valence, Chambery, Annecy,
Cluses, Les Houches, Chamonix. La mayoría del viaje se realiza por autopista,
que son caras pero necesarias. Nosotros nos gastamos unos 70 € por trayecto,
pero ir todo el rato por carreteras secundarias es inviable, ya que la mayoría
de los pueblos están muy dispersos y apenas pasas de los 50 km/h. A parte,
claro está, de la comodidad y seguridad. En total fueron unas 11 horas de viaje
y unos 70 € de gasoil + 70 € de peajes.
Al día siguiente, nada más despertarnos y con las legañas en
los ojos, no pudimos aguantar más y salimos con mi hermana afuera para ver el
Mont Blanc. Y efectivamente, ahí estaba. Aún sin ser la mejor vista porque
estábamos en Les Houches, se imponía por encima del resto de montañas con su
nieve perenne, y para mí, la montaña más alta que había visto en mi vida.
El primer día, como los alpinistas, fue de aclimatación.
Después de la paliza del día anterior la mejor opción era conocer Chamonix para
podernos desenvolver posteriormente por allí. Una vez más, Marta, nos hizo un
gran favor mostrándonos todo aquello y diciéndonos dónde estaban los sitios y
las cosas: aparcamientos, bares, supermercados, telecabinas, trenes cremallera,
etc. Después de reconocer todo el pueblo y como había que habituarse a los
nuevos horarios, comimos con hora y al aire libre para poder ir al lago Passy a
bañarnos. Eso y que no podíamos dejar escapar el sol. El lago de Passy (564 m)
está situado a unos 18 km al Oeste de Chamonix (1035 m), justo antes del
comienzo de la subida de acceso al valle de Chamonix. Es un lago grande que
dispone de arena en sus orillas y una gran zona verde a su alrededor para
disfrute de la gente, todo muy bien arreglado y siempre con el imponente macizo
del Mont Blanc al fondo. Con esta estampa sólo quedaba disfrutar con la
chavalería, Ona y su hermano pequeño Bastian, del baño en el lago. Lo cierto es
que a mí, esas pocas brazadas en el agua fresca me arreglaron el agarrotamiento
de la espalda y la pesadez a causa del viaje, una maravilla. Y terminado el
baño ya poco más se podía hacer ese día, por lo que fuimos a coger algo de
cenar antes de que cerraran (no hay que olvidar que estábamos en Francia) y a
descansar con horario infantil, aunque para hacer justicia hay que decir que
los mayores estábamos más cansados que los pequeños.
Para el segundo día ya no valía la excusa de estar cansado y
planeamos una excursión en bicicleta. Los Alpes se pueden disfrutar de
infinidad de maneras, para mí la bici es la principal pero no tanto para mi
hermana. Como montañera que es, le gusta más el contacto con la alta montaña y
sus actividades: foquear, travesías, escalada... Pero en este viaje se tuvo que
"conformar" con la bicicleta como parte de la rehabilitación de su
rodilla a causa de una rotura de ligamentos, ¡y qué mejor rehabilitación que
meterse semejantes puertos entre pecho y espalda!
Durante el desayuno yo estaba emocionado, no todos los días
tienes la tarea de elegir entre esos puertos tan impresionantes. Como mi idea
de hacerlos todos era imposible, pedimos opinión a Marta y David, que nos
aconsejaron uno de los muchos puertos asequibles que hay, el col des Aravis.
Así que después de un buen desayuno cogimos el coche y pusimos rumbo a Flumet,
donde comenzaba el puerto y nuestra andadura alpina. Qué emoción, por fin iba a
realizar uno de mis sueños: pedalear por los Alpes. La idea estaba clara,
disfrutar, no tenía ningún sentido forzar ni ir solos, así que fuimos en todo
momento los dos juntos, admirando los paisajes y gozando con las subidas, esto
último sobre todo yo. Este puerto comienza poco a poco con lo que pudimos
calentar bien antes de la parte más dura de la subida. Desde Flumet son 8'5 km
y 647 m de ascensión, llegando a los 1498 m. Sus rampas no son excesivamente
duras, aunque atravesando el pueblo de La Giettaz el porcentaje llega a los dos
dígitos. En definitiva, una subida muy agradable que serpentea en su ascensión
en busca del collado. Por supuesto, muy al estilo francés, arriba había una
tienda de recuerdos y una cafetería. El desgaste no había sido mucho y el
precio iba a ser abusivo, pero el día y la situación invitaban a disfrutar de
un café con leche. Una vez descansados volvimos por donde habíamos subido en
busca del coche y como aún había ganas decidimos hacer otro puerto más, el col
de la Colombière por la vertiente de le Grand Bornand, donde acabó el Tour este
año con victoria de Rui Costa. Éste es un puerto más serio que el anterior. El
calor en ese momento y las rampas exigentes unido a algunas rectas que dejaban
ver, a lo lejos, donde está el final, desmoralizaban un poco, pero el col des
Aravis nos había servido de calentamiento para el verdadero esfuerzo del día.
Es impresionante cómo explotan en los Alpes la montaña para la práctica del
esquí. Durante toda la ascensión se podían ver remontes en todos los prados con
kilómetros y kilómetros de pistas, ¡pero si hasta las casas estaban en plena
pista!. De esta manera encadenan montañas y montañas haciendo gigantescas
estaciones de esquí. Esto nos distraía un poco del esfuerzo mientras pasaban
los kilómetros. Mi hermana, poco acostumbrada a subir puertos y con una rodilla
en rehabilitación, empezaba a cansarse un poco, pero no se le ocurriría en
ningún momento de todos los días que salimos en bici pararse a descansar. Así,
con un par, llegó a la sorpresa final, un último kilómetro durísimo,
superándolo entre algún juramento y con éxito. Habíamos subido 690 m de
desnivel en 12 km. Una vez más, en la cima, situada a 1613 m, había un bar y su
correspondiente tienda de recuerdos.
Los datos de esta salida para mí son lo de menos, sólo
cuenta el haber hecho estos dos bonitos puertos disfrutando como un enano. De
todos modos hicimos 43'86 km en 3h 6' a 14 km/h subiendo 1493 m.
Y de nuevo, vuelta hacia atrás para coger el coche y volver
por la otra vertiente hacia casa. También muy llamativa, con una parte final
espectacular con curvas de herradura y un final al borde de un acantilado.
Ya por la tarde, una ducha reconfortante y descansar antes
de cenar, si es que eso es posible con dos terremotos como son Ona y Bastian,
desde luego que no tuvimos ni un minuto de aburrimiento. Aún nos dio tiempo de
ver a Kilian Jornet corriendo por el parque de casa, ¡pero si parece normal!.
Bajada del col des Aravis, había que llegar a la montaña del fondo
Subiendo la Colombiére se aprecia la cantidad de remontes que tiene
Bajada por la otra vertiente de la Colombière
Porque no sólo íbamos a dar pedales, el tercer día lo
reservamos para hacer turismo. Había muchas cosas que ver, así que nos sacamos
un bono multipase para un día y poder verlo todo, aunque tuviéramos que correr
un poco. Lo primero que hay que resaltar es que si quieres te puedes mover
gratis por el valle. En los distintos alojamientos te dan el pase para el
autobús urbano, pero nosotros cogimos el coche para no depender de horarios, eso
y que somos españoles ¡qué se note!. Lo primero que hicimos y que más ganas
teníamos de hacer fue subir a l’Aiguille du Midi, un complejo en una aguja de
piedra situada a 3842 m de altitud en el mismísimo Mont Blanc, al que se accede
en teleférico. Apenas un par de minutos de espera para sacarnos el multipase
(54 €) nos parecieron un lujo sabiendo las horas de cola que había apenas una
semana antes. Unos pocos minutos más para entrar en el teleférico y para
arriba. A unos 45 km/h no tardamos muchos minutos en salvar los 2747 m de
desnivel, haciendo patente la falta de oxígeno en mi pobre cabecita. Una vez
más, estos franceses sí que saben, arriba estaba la tienda de regalos, la
cafetería y el restaurante ¡en un risco a 3842 metros! Es impresionante la
edificación que tienen ahí. Lo tuvieron bien claro desde el principio, si
Mahoma no va a la montaña acercamos la montaña a los turistas. De esta manera,
por un puñado de euros cualquiera puede acceder a un paraje tan bello como
inhóspito. De hecho había decenas y decenas de personas arriba. Una vez sales a
las terrazas te quedas completamente alucinado de lo que se ve. Para alguien
como yo, acostumbrado a no salirse de la carretera cuando visita las montañas
con la bicicleta, ver todo aquello supuso un gran impacto. La vista alcanzaba a
ver montañas de Suiza y de Italia con el Cervino mirando de tú a tú al Mont
Blanc, los aterradores desfiladeros, el glaciar des Bossons, les Grandes
Jorasses, Chamonix justo debajo nuestro e infinidad de cosas más de las que mi
hermana seguro que se acuerda más que yo. Una vez recorridas todas las galerías
talladas en el granito de la montaña y hechas las fotos pertinentes, bajamos a
Chamonix.
Segundo tramo del teleférico, sencillamente acojona
Chamonix visto desde Aiguille du Midi con la sombra del propio Mont Blanc
Vistas espectaculares, el Cervino al fondo del todo. ¿¡Y esa gente donde va!?
Por ahí andan Italia y Suiza
El glaciar des Bossons
Abajo un campamento base y arriba a la derecha la cima del Mont Blanc
Resto de la explanada del campamento base
¿Donde hay un escalador?
Comunicación de las galerías con la montaña, para darte una vuelta hasta los 4800m
Por fin las nubes nos dejan ver la cima, que saliera gente era inevitable
Lo dicho, demasiada gente. La cima espectacular
Sobran la palabras
La siguiente parada del día era la sierra de Le Brévent, las
montañas del otro lado que forman el valle y nos iban a dar la vista objetiva
del Mont Blanc. De nuevo, no íbamos a sudar nada para subir. Un primer tramo de
telecabinas más un segundo tramo de teleférico con una única tirada suspendida
a lo largo 1350 metros nos dejó arriba en un santiamén salvando 1430 metros de
desnivel. Desde esta perspectiva ves el Mont Blanc de frente e innumerables
agujas gigantescas. Pero no sólo se sube aquí por las vistas. Desde este punto
nacen multitud de rutas para caminar y escalar, además de un montón de pistas
de esquí y zonas de despegue para parapentes. Otro montón de fotos y para
abajo.
Posiblemente la foto más chula de todo el viaje
Sección de las telecabinas y teleférico que suben a le Brévent. Bonita pendiente la del 56%
De nuevo en tierra firme nos esperaba una actividad más en
nuestro día de guiris por Chamonix, la ascensión a Montenvers-Mer de Glace con
uno de los dos trenes cremallera que hay en Chamonix. La línea permanece como a
principios de siglo pero con las evidentes mejoras. Es un viaje de 20 minutos
por la ladera de la montaña en el que se superan 870 metros de desnivel en poco
más de 5 kilómetros, esto hace que la pendiente oscile siempre entre el 11 y el
22%. El tren nos deja en la estación del Grand Hôtel de Montenvers a 1913 m de
altitud. Una vez más tienda y bar arriba y, una vez más, unas vistas
impresionantes. Este sitio está en el mismo corazón de la montaña y está
rodeado de gigantescas moles de granito, una de ellas les Drus, famosos en el
mundo de la escalada. Admiradas las vistas bajamos a ver el imponente glaciar
Mar de Glace o Mar de Hielo, un lugar casi mágico en el que se ralentiza el
tiempo, pero en el que se pueden ver en primera persona los efectos del
calentamiento global. Como no podía ser de otra manera bajamos los primeros
metros hacia el glaciar en telecabina, pero los últimos tuvieron que ser por
los 398 peldaños añadidos. Ya en los peldaños vimos de qué se trataba la visita
al glaciar. Todos los años, desde 1946, se excava una galería en el interior
del propio glaciar, atrayendo a miles y miles de personas cada año desde
entonces. La galería excavada, de recorrido circular, tiene que ser modificada
cada año a causa del retroceso del glaciar y en ella hay una especie de
exposición sobre la historia del glaciar y la glaciología. Terminada la visita
cogimos aire para subir las 398 escaleras y poner rumbo a Chamonix. Es
impresionante ver mediante fotos de la época cuánto ha retrocedido el glaciar,
especialmente en los últimos 50 años. Antiguamente, la mayoría de los glaciares
del Mont Blanc llegaban casi hasta el propio valle, incluido el pueblo de
Chamonix. A día de hoy, retroceden decenas de metros cada año, viéndose
claramente este retroceso en las paredes de la montaña. De hecho, en las
escaleras que descienden hacia el glaciar había varios añadidos.
Al terminar el día fuimos a casa para dejar nuestro nidito
en casa de Marta y David y buscarnos la vida por nuestra cuenta... a un camping
a 5 minutos.
Abajo la marca dejada por el glaciar durante años, arriba les Drus
El glaciar. No se aprecia, pero por ahí abajo hay gente.
La telecabinas que bajan hacia el glaciar también impresionan.
400 escalones para acceder a la galería
El acceso, esto parece para guiris, la verdad
Dentro del glaciar
Ahora comparemos con las fotos de antes
Hasta la altura de ese cartel llegaba el glaciar en 1988
El cuarto día, después del pintoresco día anterior, tocaba
de nuevo dar pedales sobre nuestras bicicletas. El puerto elegido para ese día
fue el Col du Grand Saint Bernardo, un puerto bestial de 30 km que une Martigny
(Suiza) y Aosta (Italia) y salva un desnivel de unos 1750 metros para llegar a
los 2473 metros de altitud. Nos resultaba toda una incógnita cómo sería su
ascensión, pues aunque habíamos echado un vistazo a sus cifras, ninguno de los
dos nos habíamos enfrentado a una subida de esas características. Primero
atravesamos en coche el puerto de la Forclaz, también muy bonito, sobre todo en
su bajada hacia Martigny, en la que se puede ver la inmensidad del valle de
Martigny desde lo alto. Una cosa curiosa que tiene esta vertiente es lo bien
aprovechada que está su ladera, una gran cantidad de cepas en perfecta
formación acompañan el descenso a ambos lados de la carretera. Dejamos el coche
en Le Borgaud, un pueblecito al lado de Martigny, para evitar coches y
problemas de aparcamiento. Empezábamos la ascensión desde el mismo fondo del
valle, a 470 m. Sólo pensar en que había que llegar a los 2400 se nos ponían
los pelos de punta. Por suerte la ascensión comienza con un inapreciable
desnivel, perfecto para calentar e ir restando kilómetros a la subida, de hecho
comenzamos un poco antes de poder considerarlo puerto. Ya en estos primeros
kilómetros pudimos apreciar la excesiva cantidad de tráfico que había y lo
macarras que son los conductores suizos, no pudimos circular en paralelo
durante un buen rato. Las primeras rampas del 2-3% dejaron paso a otras que ya
obligaban a ponerte de pie para subir cómodo y relajar la musculatura. La
carretera seguía siendo ancha y con mucho tráfico. De momento los kilómetros
pasaban sin dificultad aunque de vez en cuando sobrevenía alguna rampa más dura
del 6-7%. Ya llevábamos un buen rato subiendo y aunque el cansancio no era
mucho, el no haber ni un metro de descanso hacía que se nos cargaran las
piernas. En estas estábamos cuando un cartel nos informó de la realidad,
faltaban 20 km de ascensión y unos 1200 m de desnivel, ¡semejante a la vertiente
de Sainte Marie de Campan del Tourmalet!, aún nos quedaba toda la subida. Era
momento de parar a comer algo. A mi hermana se le empezaba a hacer larga la
subida, pues no tiene tanta costumbre, el intenso tráfico y la ausencia de
descanso tampoco ayudaba. Seguimos un tramo más, las rampas no eran duras pero
ya se habían establecido en torno al 5-6% constante. Después de encadenar un
par de curvas de herradura y de ganar un poco más de desnivel pasamos a otro
tipo de valle. Por fin la carretera nos dio un descanso, se estrechó y se
relajó la circulación, parecía un buen momento para estudiar la situación, por
lo que decidimos parar en el siguiente pueblo, el pueblo de Liddes. En ese
momento faltaban 17 km hasta arriba y 1100 metros de desnivel. Con estas
expectativas mi hermana tomó la determinación de no pasarlo mal en la subida,
con lo que prefirió bajar hasta el coche y volver a subir hasta encontrarme,
después ya se vería. Una vez solo, empezaba una subida nueva para mí, un punto
y aparte. El paisaje era más abrupto y bonito que al principio y la carretera
más de alta montaña, la realidad es que hasta allí no había gastado demasiadas
fuerzas y me encontraba con las energías suficientes para llegar hasta arriba
entero salvo catástrofe. Durante el siguiente tramo las rampas se mantenían
como anteriormente, pero ahora la carretera volaba sobre el valle, los huecos
del quitamiedos dejaban ver perfectamente la cortada que había hasta los
prados, y más abajo el barranco. Entonces, en lo más bonito, la carretera se
metió en el típico paravalanchas seguido de un pequeño túnel. No habría pasado
nada, es lo normal, a no ser que el paravalanchas continúe durante 5 km de la
subida, impidiéndome ver gran parte del paisaje. Un poco mosqueado (leí sobre
la existencia del túnel pero no de lo demás) continué subiendo y llegado a la
altura de la presa del Lac des Toules el paravalachas se cerró por completo.
Ahora sí que sí estaba en un puñetero agujero. Por suerte el tráfico ya no era
molesto, pero cualquier vehículo que pasaba me ensordaba enormemente. Por fin,
después de 5 apestosos kilómetros, llegué al desvío que separa el resto de la
subida del nuevo túnel que hicieron para ahorrarse subir hasta la cumbre y pude
salir de esa ratonera. Ése era un buen punto para esperar a mi hermana y
reponer fuerzas. Enseguida llegó con el coche y para mi sorpresa decidió
continuar con la bici. Aunque ya acariciábamos el final, todavía nos faltaba
por superar lo más duro del puerto, 6'5 km y 549 m de desnivel. Ahora sí, la
carretera estrecha serpenteaba entre barrancos y apenas tenía tráfico, el
paisaje se había vuelto lunar y estábamos disfrutando de la subida, aunque una
primera rampa al 10 % nos recordó que aún quedaba un muro por subir. En este
punto y quedando poco para el final decidimos subir cada uno a nuestro ritmo, pues
aquí las rampas del 5-6% eran las de descanso. Ciertamente fue el tramo más difícil,
pero también el más bonito. En cada curva ascendías un montón de metros y en
algunas revueltas veía a mi hermana sufriendo un poquito. Yo, por mi parte,
terminé de darlo todo hasta arriba, me abrigué y bajé de nuevo para acompañar a
mi hermana, que finalmente llegó, exhausta, pero llegó. Lo habíamos logrado,
después de 38 km habíamos llegado a la cima. Nos hicimos las fotos de rigor y
bajamos al coche. Esta fue mi “cima Coppi” de este año, nunca mejor dicho.
La vuelta a casa la hicimos por la vertiente italiana para
comer-merienda-cenar en Courmayeur, famoso por sus pizzas, y cruzar el túnel
del Mont Blanc (unos 45 € de peaje). Este lado de la subida era más
espectacular, si cabe. El tramo final era más abierto y la sensación de caída
mayor, incluso el último tramo está flanqueado por enormes riscos y justo antes
de coronar, en la misma frontera, hay un pequeño lago. Además, apenas hay
paravalanchas y el tramo inicial de Aosta es más bonito que el de Martigny.
Al final hicimos 48'63 km en 3 h 51' (sin contar paradas) a
una media de 12'6 km/h y 1999 m ascendidos.
Despertar en la tienda de campaña y ver esto...
La ciudad de Martigny
El valle de Martigny desde la Forclaz
Cepas en la bajada de la Forclaz
Más cepas
Una de las curvas de la primera parte del Grand Saint Bernardo, aún suaves
A la izquierda la presa del lac des Toules. A la derecha la ratonera por donde subí
Desde la fotografía anterior el puerto cambiaba a esta bonita carretera. Por ahí esta Inés
Las rampas se endurecieron considerablemente, comparad esta curva de herradura con la de antes
Parte final del puerto espectacular
Mi "cima Coppi" de este año
La foto de rigor en el punto más alto
El lago justo antes de la cima, en la frontera entre Suiza e Italia. El pico del Cervino al fondo
La vertiente italiana habrá que subirla algún día
La recompensa a nuestros esfuerzos en Courmayeur
Para el quinto día nos calzamos las botas de caminar para
descansar un poco de la proeza del día anterior. Por supuesto, teníamos a
nuestra disposición infinidad de rutas a realizar, pero tampoco queríamos
pasarnos y terminar cansados o con la rodilla de mi hermana maltrecha, por eso
tratamos de escoger una ruta sencilla. Fuimos al punto de información donde nos
atendieron amablemente y nos recomendaron la ruta de le Petit Balcon Sud, un
paseo por la falda de le Brévent, en frente del Mont Blanc, y de donde se tiene
una bonita panorámica de Chamonix y su valle así como del Mont Blanc. También
existe la ruta de le Grand Balcon Nord que va por las faldas del Mont Blanc,
pero ésta es la hermana mayor y, por lo tanto, de mucha más dureza. Por todas
estas laderas hay multitud de senderos, así que cogimos uno que previsiblemente
nos llevaría hasta la senda de le Petit Balcon. Como no podía ser de otra
manera, empezamos a acumular desnivel rápidamente entre el bosque de coníferas,
que con su belleza nos distraía. En varias ocasiones tuvimos que elegir en
algún cruce que salía al paso sin que estuviera señalizada nuestra ruta, lo
cierto es que nos daba un poco igual, ya que la idea era disfrutar del bonito
paisaje y de la montaña, y eso se puede hacer en todas estas rutas. Seguimos
subiendo, y llegamos a uno de los puntos más curiosos del valle, una pequeña
ermita en plena montaña con una estatua de Cristo Rey de 25 metros de altura,
la Statue du Christ Roi de Les Houches. Desde Les Houches o la autovía se puede
apreciar esta descomunal estatua, que no sé que hace en medio del bosque. Tiene
un aire tétrico que a los seguidores de la serie Perdidos seguro que les suena.
A sus pies descansamos un poquito para seguir de nuevo hacia arriba. A estas
alturas ya nos habíamos concienciado que aquí cualquier paseo significa subir y
subir. El caso es que no llegamos a enlazar con la ruta prevista, pero ya que
estábamos seguimos hacia arriba, porque cuanto más subíamos mejores eran las
vistas de Chamonix, del Mont Blanc y de sus glaciares. Seguimos un rato más y
paramos a comer. De nuevo insistimos otro rato más, hasta que ya nos cansamos
de subir, y viendo que no íbamos a enlazar con nuestra ruta deseada, nos dimos la vuelta para volver a Les
Houches. En realidad, lo que iba a ser un paseo fueron varias horas con más de
700 metros de desnivel acumulado de una tacada, aquí ya se sabe a lo que se
viene.
El resto del día ya estaba hecho, descansar y cenar a hora
francesa.
No sé si fue exactamente este día cuando nos comimos para cenar
unas pizzas riquísimas al aire libre. ¡Todo un lujo!.
Chamonix y el Mont Blan vistos desde el otro lado
Curiosa estatua
Las dendas muy bonitas, pero sin descanso
Los glaciares del Mont Blanc en retroceso. ¿Quién ve una instalación deportiva para esquiadores?
Nuestro camping en plena ebullición. Nosotros somos los del fondo
La famosa estatua, para mí, aterradora imagen
El sexto día ya era nuestro último día y última noche
durmiendo al lado del Mont Blanc. Los pronósticos del comienzo de la semana se
cumplieron y el tiempo empezó a empeorar. Nos cayó algún pequeño chaparrón,
aunque dentro de la tienda de campaña parecía mayor. Por suerte, aunque no hizo
muy buen día, pudimos hacer otra excursión de las nuestras en bicicleta. Esta
vez el destino elegido fue el Col de Joux Plane. De nuevo nos centramos en
hacer sólo la subida y la bajada, no era necesario machacarse y así podíamos
subir juntos. Además era lo máximo que se podía planear con ese tiempo tan
inestable. Este puerto, como todos los ascendidos durante el viaje, ha visto
pasar al Tour de Francia en múltiples ocasiones. Pero quizás es en éste donde
más cosas han ocurrido, como la caída de Perico y su rotura de clavícula o
puede que el único desfallecimiento de Amstrong en el Tour. Entre chubascos nos
plantamos en Samoëns, donde tienen otra mega estación de esquí y donde comienza
la subida. En este pueblo nos dieron el peor "grand café olé" de toda
la semana y a precio de oro, así que una vez purgados empezamos la subida con unas
rampas suaves, de la cima nos separaban 14 kilómetros y unos 980 metros de
desnivel. La carretera va cogiendo altura mientras atraviesa unos pueblecitos,
pero no podemos ver el paisaje a causa de las nubes bajas. De repente una rampa
en torno al 12% nos recuerda que nos queda mucho por subir. La subida es muy
constante, en torno al 8-9%, y en la carretera se pueden apreciar las pintadas
de una competición de coches, seguro que subieron más rápido que nosotros.
Ascendemos entre prados y bosques, y en cada curva toca ponerse de pie para
impulsar la bicicleta. De vez en cuando, las nubes se abren para dejarnos ver
un poquito del paisaje, se intuye que en un buen día tiene que ser muy bonito.
Sin apurar van pasando los kilómetros hasta que por fin llegamos a la cima,
donde hay un lago con patos y un bar, por supuesto. Después de las obligadas
fotos bajamos a por el coche para comer de nuevo en la cima. Mientras comíamos se
puso a llover, así que en cuanto acabamos pusimos rumbo al camping, aún
teníamos que recoger todo para salir muy pronto al día siguiente, qué pereza.
En el día de hoy hicimos 22'1 km en 1h 52' a 12'4 km/h de
media y 1046 metros ascendidos.
Pero nuestras aventuras no se acabaron en el Joux Plane.
Nuestra idea de cenar con hora y tranquilamente para dejarlo todo recogido se
fue al traste cuando vimos que las lluvias caídas durante el día habían mojado
parte de nuestras cosas. Además, se acercaba tormenta. Así que empezamos a
cenar con la lluvia cayendo sobre la tienda y haciéndose de noche. Los truenos
cada vez sonaban más cerca e impresionaban, a esa altitud las nubes no están
tan lejos. Mientras tanto, seguimos cenando, hasta que un torrente de agua
empezó a entrar en el porche de la tienda, ahora tocaba recoger todo en el
centro deprisa y corriendo para que no se mojase completamente. Con la lluvia
incesante nos fuimos a dormir, deseando que cuando nos levantáramos lloviese lo
menos posible para recoger la tienda. Por suerte así fue, no quiero ni imaginar
cómo habría quedado todo mojado y en un gurruño metido en el coche a presión.
El viaje de vuelta lo hicimos mucho más eficientemente. Yo
para empezar lo afronté habiendo dormido. Esta vez nos levantamos a las 5 de la
mañana y a las 5:30 ya estábamos en marcha desayunando por el camino. Mi
hermana hizo cerca de tres horas, cambiamos y yo hice unas dos y media. De esta
manera, ya estábamos casi en la mitad del trayecto y sin estar muy cansados. El
resto del viaje transcurrió sin problemas y por poco no coincidimos con la
Vuelta ciclista a España en Aínsa.
Y éste es el resumen de mi viaje a los Alpes, pasaron más
cosas, pero todo no se puede contar. Es un lugar 100% recomendable, tanto si te
gusta el deporte como si no. Con los telecabinas y teleféricos puedes llegar a
parajes que parecen de otro lugar sin cansarte lo más mínimo y puedes hacer
infinidad de excursiones tanto andando, como en bici, como en coche, para
admirar las vistas espectaculares. Sólo me queda desear poder repetir y
agradecerle a Marta, David, Ona y Bastian su hospitalidad.
Un verdadero placer!!
ResponderEliminarMuy emocionante. Sois geniales. Besazos.
ResponderEliminar¡Excelente crónica y fotos chulísimas!
ResponderEliminarestoy planteandome algo parecido. Gracias por vuestra crónica.
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